martes, mayo 18, 2010

Masacre en la Amazonia

En la década de los ochenta una trágica noticia conmovió al mundo; un sacerdote español y una monja colombiana, misioneros en la selva ecuatoriana, fueron abatidos por las lanzas de la tribu de los 'Tagaeris', quizá la única tribu americana que aún no tiene contacto con la civilización.

Los Huaorani son un pueblo de indígenas nativos americanos que habitan al noroccidente de la Amazonia, oriente de Ecuador, y que fueron los últimos indígenas en conservar intactos sus orígenes ancestrales después de la conquista española. Siempre evitaron el contacto con la civilización, pero sus primeros roces con el hombre blanco se dieron por medio de los evangélicos en 1956, cuando estos misioneros se adentraron en la selva amazónica ecuatoriana y desde el aire les lanzaban obsequios que consistían en herramientas como machetes, picos y palas. Luego, los primeros cinco misioneros que se atrevieron a ingresar a su zona el 21 de enero de 1956, fueron encontrados muertos al poco tiempo atravesados por sus lanzas.
A partir de este incidente, el gobierno ecuatoriano los reconoció como etnia y les adjudicó 1600 km² de su selva amazónica. La población actual de aproximadamente 3000 huaoranis se divide en unos 30 clanes o comunidades que viven separadas e independientes unas de otras. Bien o mal han llegado a convivir pacíficamente con el hombre blanco ya que son vecinos de las grandes petroleras y madereras, las cuales poco a poco los van desplazando de su entorno natural. De estos 30 clanes, hay uno que nunca quiso tener contacto con la civilización y se aisló completamente adentrándose en lo más profundo de la selva. Éstos son los temidos Tagaeris.

Los Tagaeris fueron descubiertos en 1966 y de ellos sólo se sabía que eran un pueblo guerrero que no quería ningún contacto con la cultura occidental ni con otras tribus. Después de un fugaz encuentro con unos sacerdotes capuchinos, estos indígenas volvieron a desaparecer dentro de la selva y nunca más se supo más de ellos. Los ecuatorianos ni siquiera se habían enterado de que un pueblo antiguo había desaparecido para siempre sin haber tenido siquiera la ocasión de conocerlo. Tampoco les interesó mucho a las autoridades.
Hubo un sacerdote español que decidió seguirles la pista, se llamaba Alejandro Labaka y era obispo de la provincia amazónica de Orellana. Este misionero se dedicó 25 años a la defensa de los huaoranis de la selva ecuatoriana. Aprendió a vestir, a comer, a vivir como ellos y hasta a hablar su lengua, el huao. Y esta amistad llegó a tal grado, que un matrimonio de ellos lo acogió como hijo adoptivo.


Alejandro Labaka interactuando con los 'Huaoranis'

Alejandro llegó a ser conocido y querido por todos los grupos huaorani, todos, menos uno: los Tagaeri, tribu irreductible que jamás había aceptado la intromisión de nadie en su territorio, aunque poco a poco se había visto obligada a refugiarse en un espacio de selva cada vez menor. Sus relaciones eran hoscas hasta con las otras tribus huaoranis. Pero justamente por estas circunstancias, Alejandro se obsesionó con encontrar a los Tagaeri y poder ser aceptado entre ellos, tal como lo había conseguido ya con sus otros hermanos.

La tragedia empezó en 1987 cuando la empresa brasileña Petrobras concesionó una porción selvática, que justamente era el lugar donde se sospechaba que vivían los Tagaeri. La compañía empezó los trabajos en la zona y esta situación hace que el monseñor Alejandro Labaka decida entrar en contacto cuanto antes con ellos. Teme por la vida de esos indígenas tan largamente buscados.
En junio, él y la religiosa Inés Arango pasan varios días conviviendo con otros grupos huaoranis 'para mantener los lazos de amistad'. El 10 y 11 de julio sobrevuelan sobre una casa tagaeri descubierta poco antes, pero no encuentran a nadie. El día 17, después de arrojar unos regalos desde un helicóptero, encuentran a un grupo de ellos. Escribiría Alejandro dos días después: 'Regresamos felices con los primeros signos de buena acogida'.

Esa misma tarde participa en una reunión con altos representantes de Petrobras. No se sabe lo tratado en esa reunión pero sí que el misionero salió preocupado y totalmente decidido a introducirse en el territorio de los Tagaeri. Quizás la compañía petrolera se mostró decidida a entrar inmediatamente en dicho territorio, dispuesta a todo para desalojar a los Tagaeri.
Alejandro Labaka esperaba poder convencerlos de que cambiaran de lugar a fin de evitar que los exterminaran, que fue una práctica usual de las petroleras en el siglo pasado.
Pocos días después, el 21 de julio, desde un helicóptero alquilado y por medio de una cuerda, Alejandro junto a Sor Inés logran descender en un claro del bosque.

Inés Arango y Alejandro Labaka poco antes de abordar el helicóptero

Vista aérea del sitio donde los dejó el piloto

El helicóptero debió volver una hora más tarde para ver cómo se desarrollaba el encuentro, pero según versión del piloto, se perdió en la selva y no pudo encontrar nuevamente el lugar. Regresaron al día siguiente. No encontraron a nadie. Sólo alcanzaron a divisar los cuerpos de los dos religiosos clavados en la tierra con lanzas de chonta de tres metros. Un grupo descendió al sitio, donde ya no quedaba rastro de los indígenas. El médico Jorge Garnica Sánchez, director del hospital del pueblo, no olvida ese día:
"El padrecito estaba clavado bocabajo al piso con ocho lanzas y tenía como ochenta orificios. La hermanita era pequeña, una lanza le atravesaba la espalda y tenía el corazón afuera. Le habían metido una lanza por las partes íntimas. Estaba lanceada por todos lados. Era espantoso”.
Un rescatista comentó que debió poner su pie en el cuerpo de Sor Inés para poder sacarle una a una las lanzas. Lo mismo hizo con el cadáver de monseñor. Los metieron en bolsas y se los llevaron.


Cadáveres de los misioneros

Poco después los huaoranis lograron capturar a un indígena tagaeri, y ésta contó que los jóvenes de la tribu los recibieron y los invitaron a comer, pero cuando los mayores llegaron de cazar ordenaron matarlos, pues los petroleros le habían matado días antes a su líder en un río y pensaron que eran de ellos.
Alejandro quería de verdad a los indígenas, y ese amor fue tan grande como para llevarle a dar la vida por ellos. Siempre fue consciente del peligro que implicaba esta difícil misión.
Monseñor Labaka había advertido muchas veces al Estado de algo que no quisieron escuchar:
'Ecuador debe un respeto a esos pueblos dueños de sus tierras. No se puede entrar ahí sin su autorización. El Estado debe firmar un pacto de paz con los indígenas; aceptarlos como ciudadanos, protegerlos con las leyes, ayudarlos con sus instituciones. No podemos invadir sin autorización, violar sus tierras, arrebatarles sus derechos.'
Sus palabras parecían entonces una locura, pero después de su muerte comenzaron a cumplirse.
En la actualidad los huaoranis ocupan más de 600000 hectáreas legalizadas, decretadas por el gobierno como Parque Nacional.
En la década de los 90 hizo su aparición otro grupo de indígenas no contactados, los Taromenane, grupo guerrero hostil que ya se vio envuelto en alguna masacre. Los huaoranis contactados y que conviven en armonía con la cultura occidental, han expresado que todavía hay varios grupos de ellos en estado primitivo, internados en lo profundo de la Amazonia.

Fuentes:
Umbrales, Llacta, El Tiempo, Diario Vasco

16 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Y estamos en el 2011.
Me parece increíble.

Saludos.

TORO SALVAJE dijo...

Bueno, casi en el 2011.

GABU dijo...

Cuanta razòn tuvo en sus palabras Monseñor Alejandro!!!

Hoy en dìa a los gobiernos (de cualquier paìs) parece que les es mucho màs fàcil ultrajar lo que queda de sus indios que repetarlos!!

P.D.:Èste pòstulo es un documento testimonial maravilloso,a pesar del estupor que me causaron las imàgenes... :(

BESITOS FUERTES

Carola dijo...

Sorry Carlos, el texto es tan explicito y descriptivo que no pude con las imagenes =(

Cecy dijo...

Lo leo como cuento.
y me parece increible que sea real.
Asi me pasa.

Besitos querido Carlos

Efren (a.k.a. Ludovico) dijo...

Yo admiro mucho a Moseñor Labaka y su compromiso. Su muerte fue un golpe a la vida y a la dignidad de la amazonía

seraquenoseve dijo...

Por Dios Carlos

Hoy buscaba todo menos esto, me dolió tanto lo que leí.

Una pena, cada vez me sorprende más el hombre y sus atrocidades!

Saludos!

Lara dijo...

¡Uf! que fuerte.

Belén dijo...

Pero a alguien le interesa unos pueblos indios perdidos de la mano de dios?

A los gobernantes no, desde luego...

Y la historia, buf... es impactante cuanto menos :)

Besicos

Gabiprog dijo...

Cuando eres estorbo para una multinacional...

:-/

Umma1 dijo...

Y deben seguir en sus territorios, sin que nadie los moleste.
Hay que respetar las culturas, y su derecho a sostenerla.

Estas cosas pasan en Brasil, en África, en todos los sitios con subsuelo rico, y poblaciones en estadios menos favorecidos para defender sus derechos


Saludos

Ana dijo...

Me faltaron las fotos de la otra parte: de la petrolera internándose en el amazonas. Los agujeros, "lanzazos" sobre una tierra que habitan otros.
No justifico a nadie.
Realmente me hubiera gustado conocer al hombre dentro del sacerdote que vivió tanto entre comunidades. Sí que tenía autoridad para hablar sobre tribus. Una muerte, la de ellos, espantosa.

Qué historias, Carlos. Nos rozan y ni nos damos cuenta.

Un abrazo

asterion dijo...

Existe una gran libro de Germán Castro Caicedo al respecto se trata de "hágase tu voluntad". me impresionaron las imágenes

Noelia dijo...

wenas, como va todo?? yo ando estudiando a tope ya que este jueves empiezo examenes!!! muaks muaksssssssssssss

esteban lob dijo...

Espantosa historia que como la posterior, de Mengele, nos predispone a proyectarnos hacia un nunca más.

Day dijo...

Es indignante saber que las multinacionales asesinen sin piedad a un grupo autóctono por el hecho de conseguir más tierras y explotar para extraer el petróleo, que si bien es cierto es indispensable para el desarrollo de los países pero no justifica la violación de los derechos de los seres humanos.
Es admirable la dedicación de Monseñor Alejandro Labaka, fue uno de las pocas personas que entienden el verdadero significado del respeto a la vida de las demás personas.

 
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